JESÚS anunció el Reino y lo que vino fue la Iglesia. Con estas palabras sintetizaba Loisy su desilusión y desconcierto al comparar el magnífico mensaje del evangelio con la triste realidad de una institución anquilosada en el conservadurismo, la incomprensión y el anatema.Millones de personas estarían dispuestas a repetir la misma frase, pensando que la burocracia, el poder, el dinero, el legalismo, han prevalecido a menudo sobre los valores cristianos. Más que hablar de «Jesús y la Iglesia» preferirían hacerlo de«Jesús contra la Iglesia» o «la Iglesia contra Jesús». Porque ésta se ha convertido con frecuencia en obstáculo para creer en El, y porque, si Jesús volviese, tendría que acusamos nuevamente de haber convertido «la casa de mi Padre en una cueva de ladrones».Creo que la única manera de superar este escándalo es volver a los orígenes, recordar lo que los evangelios nos cuentan sobre el tema. Pero ya en esto tropezamos con una dificultad. Los evangelios no reproducen los hechos históricos de manera fría y descarnada. Cada uno de ellos (Mateo, Marcos, Lucas, Juan) los presenta de forma peculiar, según los intereses e inquietudes de sus respectivas comunidades. Por eso, más que de una visión de la Iglesia debemos hablar de distintas visiones, todas ellas verdaderas y complementarias, como cuatro afluentes de un mismo río. Algunos pretenden «destilar» estas diversas aportaciones para obtener la historia pura de las relaciones entre Jesús y la Iglesia. Me temo que el resultado final sea un producto incoloro, inodoro e insípido. Es preferible el agua de un manantial, aunque no sea químicamente pura...
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